martes, 1 de septiembre de 2009

UNA DEMOCRACIA DICTATORIAL

Un niño de 8 años, observaba a su padre yendo hacia los autos que transitaban por una avenida, con un pequeño instrumento cortante. Al terminar la faena diaria, su padre y él regresaron a casa. Al encontrarse a solas con su madre, el pequeño niño le dijo: “Mamá, mi papá nos quiere demasiado, ¿no es cierto?”. La mamá le respondió: “Así es hijo, tu padre trabaja incansablemente para lograr conseguir el sustento de cada día”.
El niño permaneció pensativo por un instante, para luego decir: “Entonces, ir por los autos con una navaja, sacar las carteras o demás pertenencias de aquellas personas, ¿es trabajar?”.

Me tomé la libertad de imaginar un hecho cotidiano para dar inicio a esta breve, pero significativa apreciación.

Nos encontramos viviendo una etapa, ya no de transición de la democracia, sino, mas bien, de “transición de valores”, pues pareciera que éstos sólo existen en nuestro vocabulario, pero no sabemos en realidad cuál es su significado o cómo interpretarlos.

Es evidente la gran magnitud de atropellos cometidos contra ellos, sobre todo, en los años de dictadura del gobierno de Fujimori, como podemos atestiguar gracias a intrépidos documentales transmitidos por televisión y a los famosos “vladivideos”.
En aquella época, el ex presidente y su asesor elaboraban artificios, constantemente, con el afán de lograr despistar a los peruanos, aparentando su preocupación por la situación económica, cultural y social de país. Sin embargo, la verdadera razón por la cual nos mostraban distintas clases de “pantallas”, era que planeaban muy audazmente la manera de enriquecerse y dejarnos al borde del abismo.

Quizá les parezca muy tenaz la manera con la que expongo el tema, pero lo que les digo, lo pude comprobar en la mayoría de personas que, tras haber confiado y brindado su apoyo (sus votos) desinteresadamente al nuevo rostro de la política, resultaron siendo burlados exactamente igual o peor a lo sucedido con el gobierno anterior.
Es inverosímil, asimismo, que el sanguinario grupo revolucionario liderado por Abimael Guzmán Reynoso haya llegado al punto de exterminar a casi la mitad de la población, únicamente como una forma de reacción contra el fujimorismo dictatorial.

Considero fundamental aclarar que si se decide radicar en una “sociedad”, no queda otra escapatoria que aceptar las normas y el sistema moral que rigen en ella. Pero si se encuentra en total desacuerdo, definitivamente se va a optar por el aislamiento y la elaboración de un “estereotipo ético” propio.

Entonces, por qué protestamos acerca del desmesurado aumento de adolescentes en las drogas; de la alarmante violencia; de los secuestros al paso; de niños de 4 – 5 años que caminan por las calles implorando irrisorias sumas de dinero; si todos estos flagelos forman parte esencial de la resistencia ejercida contra una sociedad basada en la injusticia y la desigualdad en cuanto a derechos de sus ciudadanos.

Aún adquiere mayor recelo el hecho de que cómo podemos departir de respeto a la opinión de las personas que conforman la sociedad, si es irrebatible el “ultraje” al ejecutarse los dichosos “fraudes electorales”; tal y como se llevó a cabo la conspiración de sus partidarios para que Alberto Fujimori accediera a la Presidencia por segunda vez consecutiva.

De este modo, con los precedentes referidos, me permito concluir reafirmando mi posición en el asunto de que los valores ético-morales, en nuestro entorno se encuentran “tachados, eliminados del mapa”, ya que no contemplan un soporte básico en las personas a excepción de una minoría que aún no ignora su cumplimiento, pues conocen que ese es la única manera de realizarse como auténticas personas humanas.